Un colegio de prestigio y de los más costosos de nuestra capital manda a un grupo de 50 alumnos de Primero de Secundaria a un campamento en una finca por un fin de semana. Los acompañan cinco profesores.
Al término del fin de semana el balance es que varios alumnos –y desgraciadamente– los líderes, fueron bastante malcriados con quienes ayudaban en el servicio. La dueña de la propiedad les llamó la atención en algunas ocasiones y algunos reaccionaron positivamente; otro, no. Lo lamentable es que los profesores parecían hacerse de la vista gorda y sus comentarios eran del tipo: “Sí, pues, es un problema de las familias”.
La pregunta que planteo es: En ese momento, en que los alumnos están a cargo de ellos, ¿los responsables son los padres? Es cierto que los padres son los principales educadores de los hijos y los maestros colaboramos con ellos “únicamente”. Y de hecho, los hijos evidencian la mayor parte del tiempo la educación que en casa reciben (digo la mayor parte del tiempo porque de hecho existe un tema de libertad personal y de cómo cada uno elige portarse). Pero, ¿la “culpa” es siempre de los padres? En este caso, ¿no hubiera sido mejor que esos profesores conversen a solas con ese o esos alumnos? No para hacerles cargamontón sino para hacerles notar que si no les gusta la comida o si no tienen hambre no tienen por qué tirar un plato o tirar los restos sobre la mesa.
Ustedes me dirán: Son chicos, hacen travesuras, es la edad… De acuerdo, todos esos argumentos pueden ser válidos. Pero, ¿no era acaso ese fin de semana ocasión de continuar formando a los alumnos para que sean mejores personas? ¿No se perfeccionarían también los profesores si afrontaran la situación en lugar de asumir una posición cómoda como aparentar que no han escuchado o que no vieron nada?
Y en este punto llegamos al quid del asunto: ¿Estamos haciendo todo lo que nos toca hacer? Yo, profesor: ¿Hago cada día lo que me toca de la mejor manera que puedo? ¿Programo mis clases con anticipación y pensando muy bien en ellas? Durante las clases, ¿tengo mis cinco sentidos atentos para realmente facilitar el aprendizaje de mis alumnos? ¿Apago mi celular y me “desconecto” o estoy básicamente de “cuerpo presente”? Cuando tengo que corregir trabajos, evaluaciones, cuadernos, ¿me concentro para saber cómo ayudar mejor a cada uno de mis alumnos o lo hago porque tengo que hacerlo? Cuando tengo algún encargo que cumplir en el colegio: cuidar recreos, salidas, etc., ¿estoy de buen humor y pongo todo de mí para hacer lo que debo? Nadie es perfecto. Plantearnos honesta y seriamente en qué y cómo queremos mejorar es el primer paso. ¡Ánimo!
Marifé Vargas - Corbacho
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